El Cristo de las Ánimas está expuesto en una de
las capillas de Santa María de Palacio. Esta magnífica obra de Arnau de
Bruselas se dice que se colocó a la altura de los ojos para poder apreciarla
con detalle. Maravillosa idea. Se podría sospechar que este acto de
acercamiento del arte es un mero método de alejamiento del arte. Alejamiento de
las zonas más débiles de la estructura. Cuánto más baja esté la escultura,
menos fuerte será la caída. ¡Menudo cristo se montaría de romperse la obra
estrella del templo en pleno altar!
Pero todo parece que no importa
si la aguja sigue en pie. Que no se diga que Logroño no sabe guardar bien de
sus pinchos. Tampoco anda flojo de publicidad el cimborrio, eso sí, aléjese. En
la puerta principal de Palacio deberían poner un cartel con el siguiente
mensaje: “camine 100 metros calle arriba. Cuando divise el puente de piedra
crúcelo hasta la mitad. Párese y contemple las torres de la Iglesia de Santa
María de Palacio”. De todas formas, sería un cartel inútil ante lo obvio. De
lejos, la silueta logroñesa se enorgullece de la aguja. Símbolo de la ciudad.
De cerca, no vale la pena, a no ser que se dedique a jugar al mus con los
sin techo de la puerta.
Caminaban desorientados un grupo
de japoneses a la sombra de Palacio. Con un mapa a modo de volante de coche,
giraban la cabeza en numerosas direcciones. Finalmente, decidieron por
preguntar por la ubicación de la Iglesia que tenían a la espalda a un señor que
paseaba a su perro. Poco convencidos con la respuesta del paseante, todos al
unísono decidieron comprobar dónde estaban. Mirada al cielo, con la nuca en la
espalda, a ver si encontraban el capirote logroñés. Mientras el perro hacia sus
cosas en la propia fachada, los japoneses discutían en grupo qué hacer. Si
entrar en la iglesia o irse a la calle Laurel a por unas tapas, de las que muy
bien hablaba su guía turística. Parece fácil la elección. Hacer un alto en una
iglesia con una cagarruta en la puerta, o seguir hasta el garito donde ponen
unos champiñones de esos que ya les gustaría degustar en Asia. Ante el asombro
del espectador, el grupo de extranjeros entró en la Iglesia de Palacio y se
quedó un buen rato, degustando el legado histórico riojano. Parece que los de
fuera, saben apreciar mejor el valor de lo que nosotros tenemos a un paso.
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