En España podemos presumir de los centros de
nuestras ciudades. Raro sería encontrarnos una urbe sin una buena y longeva historia,
sin alguna batalla o sin edificios grises, viejos y hermosos a su manera. Podemos
encontrar de todo tipo de construcciones. Auténticas maravillas que se alzan
imponentes hacia el cielo con sus enormes bóvedas, como nuestras catedrales.
Castillos que hoy en día siguen infranqueables, resultado de un elaborado
trabajo de ingeniería. Palacios, casas,
muesos. Una lista interminable de monumentos más que dignos para un catálogo
turístico.
La ciudad de Logroño también tiene derecho a presumir. Aparentemente
humilde en este aspecto, podemos hallar gran riqueza histórica en multitud de
rincones. Nos adentramos en su casco viejo para ver la Catedral de Santa María
La Redonda, tras dejar atrás la transitada calle Portales. Sus dos grandes
torres y su fachada atraen las miradas de los transeúntes que pasean y toman el
vermú en la plaza del mercado. En el interior de La Redonda, como una pequeña
atracción turística, a cambio de una pequeña limosa, encontramos un pequeño
cuadro de Miguel Ángel. Pero La Redonda ya atrae suficientes miradas. Sin
ofender a la catedral de la capital riojana, como un historiador, tiendo a
perderme entre las callejuelas más antiguas del casco.
En una de esas estrechas calles, casi desapercibida, encontramos la
tímida iglesia de Palacio. Para el ciudadano no observador, pasa desapercibida.
Su fachada no parece guardar ningún tesoro, se camufla con el gris del resto de
los edificios. Las dos torres, desde la entrada, parecen de la misma altura. La
aguja, a lo lejos, adorna el paisaje logroñés. Ignorantes de su historia, solo
es una iglesia, son sus santos y sus cruces. Sometida a un breve análisis,
empezamos a notar cambios en sus muros. Numerosas reparaciones, pocas actuales.
Se puede observar los puntos en los que se amplió su estructura numerosas
veces. Entramos. Poco queda del Medievo, pero esta iglesia se caracteriza por
tenerlo todo. Todo, menos el respeto que se merece. Unas grandes columnas
barrocas, estructura gótica recreada sobre el románico original de la capilla
nueva. Esculturas y cuadros llenos de polvo, la más joven rondará los
trescientos años. Y su retablo renacentista, envidia de la iglesia de San
Bartolomé. Su aguja, ochocientos años y sigue en pie.
En la arquitectura, el arte y la historia van de la mano. No se
concibe uno sin lo otro. Sin datos de fechas, se puede adivinar la evolución de
Palacio, solo con observarla con tiento. Estos grandes pequeños proyectos, que
se ocultan entre las calles más ancianas de las ciudades, tienen un valor
arquitectónico muy respetable. Santa María de Palacio no goza de la admiración
que tiene la catedral de La Redonda, pero no por ello dejan de ser admirable.
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